6 de julio de 2008

Dedales en los cuerpos succionando el sol
y las panteras, niñas, lloran.
Enamoradas contra la pared del soma,
embisten el cristal.
Esta habitación de ómnibus sin esferas,
de cien aerófobos y la sangre, mía.
Este espacio meridional, y el agua, mía.
El templo laico es.
Adentro, aquí, el ojo es una efigie muerta,
la inmortalidad de lo sucesivo él,
de una voz de madre, de un amor, de una infancia
atrapada,
en al memoria de un sánscrito inmemorial, en la ilusión,
en no querer las muertes del alma.